Estaba acostumbrado a trabajar en turno de noche y el día que se lo cambiaron le costó tanto conciliar el sueño que cuando comenzó la jornada apenas había dormido media hora.
Al segundo día, pensando que por cansancio se rendiría al sueño al llegar a cierta hora, su reloj biológico se activó y tampoco pudo dormir más de dos horas.
Al tercer día decidió ayudarse con un somnífero ligero y pudo finalmente conciliar el sueño durante sus merecidas ocho horas seguidas.
Cuando sonó el despertador, se levantó todavía adormilado y tras una refrescante ducha, el blanco de sus ojos todavía presentaba una tonalidad grisácea. Le llevó más tiempo de l acostumbrado buscando los complementos de su uniforme. La cartuchera de su arma reglamentaria no estaba donde creía haberla dejado.
Tras vestirse, se preparó el café y las tostadas del desayuno haciendo más barullo de lo que hubiese querido en esas tempraneras horas. Las puertas se cerraban con inusitada violencia. Los cubiertos se le cayeron al suelo y el estruendoso golpe parecía ser acompañado de un eco infinito. La tostada se le escurrió de las manos manchando su pantalón y parte de una bota. El café le goteó por la camisa dejando un lamparón más grande y desagradable de lo que hubiese deseado.
-¡Vaya mala suerte estoy teniendo hoy! -exclamó a pesar de no tener interlocutor que pudiese escuchar y responder.
Cuando hubo terminado el desayuno, sus ojos se habían ido aclarando, su mente despejado y sus desventuras parecían haber firmado una tregua. El resto del día transcurrió con total normalidad dándose entonces cuenta de que no había sido cuestión de suerte sinó de su propia torpeza.
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